jueves, 14 de junio de 2012

Película el Método de Gronholm

Un grupo de personas se presentan en una oficina para conseguir un puesto de trabajo. La sala se muestra muy callada con los miembros que tienen que llenar un formulario, se quedan encerrados debatiendo quien tiene que abandonar al grupo realizando argumentos y tareas que cada uno pueda desempeñar.




Al principio de la película, la pantalla se divide en encuadres múltiples que relacionan a cada uno de los aspirantes con el mundo que les rodea, con su ciudad, en la que se va a celebrar una gran manifestación contra las multinacionales y la globalización.

Con este arranque Marcelo Piñeyro y el guionista Mateo Gil sitúan al espectador ante las claves de la cinta, poblada por individuos que dejan atrás sus propios sentimientos en pro del vil metal, que no dudan en traicionarse los unos a los otros con tal de conseguir el ansiado puesto de trabajo; de introducirse en un mundo laboral en el que se ha instalado cierta fascistación y en el que la verticalidad con la que funcionan las empresas aplasta a los individuos que trabajan para ellas, vigilándolos silenciosamente, tal como insinúa un empleo del fuera de plano hacia el final de la película. En ese sentido, la mirada de una de las aspirantes que ha renunciado a su puesto por amor hacia otro de los compañeros -al que le importa más su puesto que sus propios sentimientos-, hacia un edificio que simboliza las alturas de una civilización muy poco humana, expresa una profunda tristeza por la pérdida de la empatía entre unos seres que no dudan en engullirse los unos a los otros.


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